Biopiratería: un freno al desarrollo endógeno

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 Por Josué Alejandro Lorca Vega

 Hace más 20 años ya, precisamente al comienzo del mandato del Comandante Hugo Chávez, el pueblo se conmocionó sobre el caso de “Las nuevas tribus”, aquella organización religiosa gringa que operaba en Amazonas y que se encargó de, no solo, destruir el patrimonio cultural, mitológico y religioso de comunidades indígenas; si no que también sirvió para realizar exploraciones para localizar, identificar y cuantificar recursos minerales y biológicos de carácter estratégico, así como para el saqueo de buena parte de los conocimientos ancestrales de las comunidades Yanomami, entre otras, que tuvieron la desgracia de cruzarse con ellos.

¡Es importante no olvidar! Sobretodo porque los gobiernos anteriores a la Revolución Bolivariana, se encargaron, no sólo de autorizar las operaciones de éstas nefastas organizaciones, en un acto de entrega total de soberanía y desprotección del acervo cultural indígena; si no que inclusive se lucraron de ello.

Afortunadamente, con la promulgación de la Constitución de 1999, la carta magna atiende y orienta el problema en su artículo 124: “Se garantiza y protege la propiedad intelectual colectiva de los conocimientos, tecnologías e innovaciones de los pueblos indígenas. Toda actividad relacionada con los recursos genéticos y los conocimientos asociados a los mismos perseguirán beneficios colectivos. Se prohíbe el registro de patentes sobre estos recursos y conocimientos ancestrales”.

¿Qué es la Biopiratería?

La Iniciativa Andino Amazónica para la Prevención de la Biopiratería (www.biopirateria.org) define a la biopiratería como el acceso y aprovechamiento ilegal de los recursos biológicos y sabidurías indígenas relacionadas, para generar conocimientos que después son patentados, sin la participación del país del que son extraídos. El Convenio de Diversidad Biológica es uno de los instrumentos de control para evitar la biopiratería.

 El Convenio de Diversidad Biológica, firmado el 5 de junio de 1992 en Rio de Janeiro y que entró en vigor el 29 de noviembre de 1993, con la ratificación de todos los estados miembros de la ONU, con la excepción de Estados Unidos, casualmente, es la herramienta jurídica internacional para defender el biopatrimonio de las naciones del mundo. En su artículo 15 estipula: “que cada Estado tiene derechos absolutos sobre sus recursos biológicos y genéticos, y puede compartirlos con otras naciones interesadas, siempre que exista acuerdo entre las partes”. La biopiratería es uno de los fenómenos delictivos más lucrativos que existen, puesto que alimenta la enorme riqueza que ya ostentan las farmacéuticas transnacionales. Imagínate que ancestralmente un pueblo indígena utiliza un ungüento vegetal para aliviar el dolor, un grupo de biopiratas entra en contacto con ese pueblo indígena, se lleva el ungüento y lo estudia en un laboratorio bien equipado, luego patentan sus principios activos como propios y le ponen una marca al ungüento. En la cotidianidad, vamos a una farmacia a pagar por una marca que en realidad nos robó el conocimiento y se está lucrando con ello. Todo parecido con las propiedades antinflamatorias de la Arnica Montana, que es esa flor amarilla que vemos en las carreteras de casi todo el país, o el de la Sábila, “Aloe vera” como la llaman los científicos.

Ahora lo interesante de todo esto es la oportunidad que se presenta para los pueblos indígenas en un momento tan crucial en la economía de nuestro país. Si con la conciencia elevada y el marco jurídico que nos protege, comenzáramos a explorar aún más, esa biodiversidad que nos hace un país megadiverso, un privilegio único, y desarrolláramos emprendimientos para masificar nuestra efectiva y natural medicina. Más del 70 % de los recursos genéticos del planeta se encuentran entre la amazonía y la orinoquía suramericana. Es el momento para explorar con la respectiva conciencia de respeto y protección del acervo cultural de nuestros pueblos, las potencialidades biotecnológicas con las que contamos. Y que entre ellas están la cura para tantas enfermedades, pero también está la base para hacer una industria farmacéutica más humana y menos especuladora.

Venciendo la Biopiratería, Venezuela puede ser una Potencia Biotecnológica.


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